Hacia una Navidad hiperconectada sin contacto

La próxima Navidad será triste. Y en términos de consumo y experiencia de cliente, será la Navidad más especial de la historia de los que tienen menos de ochenta años.

Habrá luces en las calles, pero poco centro comercial.

No habrá aglomeraciones, cabalgatas, ni Cortylandias.

En mi opinión, será la Navidad “hiperconectada sin contacto”. Contacto digital por doquier. 25 de diciembre, zoom, zoom, zoom.

Melancolía, tristeza, sensación de vacío. Por los que no están, por los que están enfermos. Por los que no se han repuesto. Por los zombis sociales, que han visto cómo les ha desaparecido el suelo bajo los pies.

Y llamadas a un futuro. ¿Próximo? Nadie lo sabe: el futuro está en el aire, frío, a setenta grados bajo cero, los que requiere la vacuna que no sabemos aún si vacuna.

El caso es que tendremos una bola en la garganta, de comer mucho, pero de la emoción que nos genera pensar en el futuro verano e imaginar la luz al final del túnel.

Será una Navidad solitaria, con miles, cientos de miles de personas que no podrán viajar, ni compartir.

Dos epidemias en una: la de la soledad y la del COVID.

Si compartes las fiestas, tendrás miedo. Si no lo haces, tendrás ganas de llorar, porque la Navidad es una fiesta (sin apenas contenido religioso, ya) con un inmenso contenido social. O quizá exclusivamente social.

Vendrán promesas de contacto, de nos vemos pronto. Planes de futuro. Se regalarán viajes y experiencias “para cuando esto pase”.

Preveo un auge de la compra venta de segunda mano. Regalos tecnológicos para la conexión digital. Y muebles para la oficina en casa.

Desde luego, serán unas Navidades tristes, de consumo contraído y, por supuesto, low cost. En las que también valoraremos la salud, los que estemos sanos. Y mantendremos la ilusión de celebrar el verano del 21, mientras digerimos, con mucha bola en la garganta, las uvas del 20.